Lo extraño todos los días. No es que no me guste donde estoy, pero no es lo mismo que mi hogar. En este tiempo aprendí que no solo extrañamos personas, se pueden extrañar lugares, olores, situaciones, se puede extrañar pertenecer ahí.
Extraño el campo frente a mi casa. Extraño los bizcochos de queso del quiosco. Las flores de mi patio. La música en el centro. El teatro. Mis hermanos; todos ellos, los de sangre y los de vida. Extraño escribir como antes, extraño leer como antes, bailar, cantar, actuar como antes.
Las vacaciones en familia, la casa de mi abuela, el camino hasta la playa, las mariposas de la ruta. Extraño los canelones de la tía. Los de mamá. Extraño a mamá, a papá. A mi cuarto, al sol que entra por mi ventana.
Extraño el cine, ir al liceo. La estufa de mi casa, las cortinas de mis ventanas. A mi gato, a mi perro. A la calle de siempre, a mi bicicleta celeste.
No se pueden nombrar todas las cosas que extraño. Pero cuando me voy de acá, cuando vuelvo a casa sucede algo curioso. Empiezo a extrañar acá, la música en los ómnibus, la calle que dobla, el verdulero, la señora que me pregunta como estoy antes de darme el pan, el chófer que no me habla, el edificio enormemente gris y aburrido. Es como si ya tuviera dos casas, como si perteneciera a dos lugares paralelos. Me siento yo misma en dos lugares del mundo, iguales pero totalmente opuestos. Uno siempre fue mi casa, y el otro se siente como en casa. Uno tiene plazas verdes, el otro tiene olor a ciudad grande.
Por suerte están a solo dos horas de distancia. No creo poder decidirme a cuál quiero extrañar para siempre.
Le poison principal est l'amour
Escribir es una más de las cosas que me gustan. Pero sin duda alguna, no es la menos importante.
viernes, 30 de agosto de 2013
jueves, 1 de diciembre de 2011
El Verticalaso
La Francesa, me decían por la calle. No entendía bien porqué, nunca les había dicho una palabra, nunca les di ni una mirada. Iba pasando con las compras en la mano y escuchaba los rumores de las viejas.
'La Francesa es esa' 'La Francesa'
Me reía de mi nuevo nombre, me reía de las viejas esas, me reía de mi nuevo barrio. Cuando llegue todo era color, alegría y bienestar. Me fui acostumbrando a levantarme con el susurro de quien prepara la comida para una multitud. Me auto impuse aguantar la cumbia colombiana de la vecina de al lado, y no me dejé nunca molestar a mis vecinos de conventillo, de jolgorio pasivo, del costado. Cocinaba, lavaba y cosía dentro de casa; salía al patiecito del fondo; compartía risas calladas sin que me vieran y los escuchaba todo el tiempo, todo el día. Cruzaba palabras breves, 'Buenos días' 'Que pase bien' 'Voy al mercadito'. Nunca una palabra en francés, una sola en inglés ni siquiera canturrear en portugués. No sabían nada de mi, salvo que leía y que no salía. Tal vez fue por aquel incidente, cómico por cierto.
Hace una semana empezó a pasar algo extremadamente curioso, al llegar del centro, encontré bajo mi alfombra un libro nuevo. Era un libro de tapas duras, de reconocido autor y de porte exótico. No traía una nota, una dedicatoria ni un murmullo de voces. Pensé en mis vecinos, pero conociéndolos jamás podrían habérmelo dado sin hacérmelo saber.
'Vino una muchacha a dejártelo, se fue rapidito' me dijo mi vecina que escucha cumbia colombiana. Creo que murmuré un gracias, pensando en la muchacha fugitiva y en mi libro de galante prestancia. Al otro día dormí en la tarde, mis vecinos tenían cumpleaños y según había oido volverían algo tarde. En pleno sueño sentí el timbre, me levanté farfullando palabras groseras y fui a atender en pijama. En la puerta me encontré con otro libro, pero estas vez seguido de unas manos; manos mágicas si existen.
'Hola, trabajo en la librería y Madame Pilaff me mandó este libro para usted, dijo que sabría porqué'. La muchacha brillaba con luz propia bajo el sol de la tarde. Yo, medio dormida y medio atolondrada no sentí en ese momento lo que me dijo. Agradecí y cerré la puerta como quien dice que no a un vendedor de perfumes.
La cara y las palabras de la joven quedaron en mi cabeza largo rato, no entendía porque la señora de la librería me mandaba libros caros e importantes. Ese miércoles decidí ir a visitar esa vieja casona de obras de arte. Entré y enseguida vislumbré a la muchacha blanca como porcelana. No me concentré en ella, yo quería a Madame Pilaff. Pregunté por ella y me dirigí al fondo, cerca de los textos en francés. La encontré leyendo, tranquila, amacándose en una mecedora vieja. En cuánto la vi me di cuenta que ya sabía que yo había entrado, quizá desde la puerta lo sabía. Yo no emití palabra, ella dijo su discurso en cambio.
'Entendía que tendrías que venir a que te explique, no esperaba que comprendieras todo. En cambio pensé que esperarías más, te ganó tu curiosidad de viejo sapo. No empezemos con el porque de mis encargos para tí, sino por el principio. Tengo este negocio hace 40 años, he visto pasar muchos extranjeros y muchos vecinos. Me doy cuenta cuando alguien es nuevo, cuando alguien no habla y cuando alguien no lee. Entraste hace un mes y me di cuenta que no pertenecías aquí, que no hablabas pero que sí leías. Mi ayudante me averiguó dónde vivías, que cantabas sola en tu patio y que hablabas francés y portugués. Por lo que recuerdo te gusta el teatro y la música, llevaste un ejemplar de 'El fantasma de la Ópera'. Y sí, te mando libros para que leas, porque sé que amas leer tanto como yo amo vender libros, y también porque vi tus ojos al ver a mi muchacha'
Al decir lo último me sonrojé, no sabía que se me notara. La abrazé y le di un beso en las dos mejillas, como quién saluda a un ser querido. Me fui a mi casa dándole una sonrisa a la muchacha atrás del mostrador. Ha pasado una semana y me siguen llegando libros todas las tardes. Cuando salía a hacer las compras para la cena escuché mi nuevo nombre, supongo que será por los libros. O tal vez descubrieron más cosas, o me vieron viendo un película francesa, ya no sé.
Lo siento, tengo que terminar el relato, tocan el timbre. Debe ser Mora, la muchacha de las manos mágicas.
A.R
Suscribirse a:
Entradas (Atom)